El nuevo temblor del '85

Para conmemorar la fecha, les dejo una crónica que escribí cuando estaba de moda todo ese rollo del temblor.
Así te hemos contado el terremoto en México | Internacional | EL PAÍS
1-Antecedentes


El 19 de septiembre de 1985 mi papá estaba en su cama cuando empezó a temblar. Se sintió muy fuerte pero mi papá no le dio mucha importancia. Fue a la universidad (Anáhuac) y tuvo clases como cualquier otro día. “¿Que tembló? Pues sí pero no pasa nada”. No había redes sociales así que la información tardaba mucho más en llegar “¿Que se cayeron edificios? Órale. Bueno, han de haber sido los edificios viejos”. Por donde él vivía, no había habido daños. No fue hasta en la noche que un amigo suyo le habló y le dijo que su prima se había muerto -que alguien relativamente cercano había sufrido- que le cayó el veinte de la magnitud del temblor.

Al día siguiente en la universidad, ya habían entrado las noticias y los reportajes; la radio ya hablaba del tema y el tema era ¿Qué vamos a hacer al respecto? Se empezaron a organizar. Había quienes estaban en almacén clasificando recursos; otros estaban en cocina preparando sandwiches para los damnificados y los voluntarios; y también estaban las brigadas. Había montones de camiones con choferes cuyas órdenes eran estar a la disposición de quien quisiera ayudar y ayudar en todo lo posible. Mi papá armó su equipo y se treparon a un camión manejado por un hombre llamado Jesús.

Su trabajo era llevar cosas a donde se necesitaran, preguntar ¿Qué les falta y qué les sobra? y transportar todos los recursos posibles, llevarlos a quienes lo necesitaran. No había redes sociales así que la comunicación era mucho más difícil que ahora. El chofer le dijo a mi papá “mi trabajo es estar aquí y aquí me voy a quedar”. “Pues yo también” le contestó. Ya de noche, recibieron un avión militar de Estados Unidos o de Canadá que traía ayuda al aeropuerto. Iban y venían, iban y venían de aquí pa’ llá para ayudar en lo que se pudiera. Eran las cinco de la mañana cuando mi papá regresó a la Anáhuac y se encontró con su mamá (mi abuela), que estaba con su cafetera repartiendo cafés. Ella estaba muy preocupada porque su hijo se había ido hace casi veinticuatro horas y no había sabido nada de él. No hubo clases como en dos semanas.

En algún momento, una jovencita le pidió a mi papá que si podía unirse a su brigada “es que ya estoy cansada de clasificar cadáveres”. Pum. Golpe bajo para mi papá, pero es que claro estaba, alguien tenía que hacer ese trabajo. Había camiones llenos de cuerpos que descargaban en el campo de béisbol donde había quienes los separaban, clasificaban e identificaban.

Varios edificios caídos, miles de muertos, miles de perjudicados y miles de personas ayudando. No había redes sociales y por eso la gente no se enteró. Pero la solidaridad fue la misma en el 85 que en el 17. En el 85 nacieron los topos. Un grupo de gente que entrenaba para arriesgar su vida para rescatar personas en desastres como este, en el que el único culpable, es la naturaleza.

Posteriormente, mi papá se enteró de que uno de sus profesores había pedido ayuda a estudiantes para llenar su camioneta de chamarras, sleeping bags, tiendas de campaña,etc. pero no era para ayudar, no. Se llevó todo a su casa. Siempre habrá gente que quiere abusar, gente sin vergüenza, sin valores, sin código moral.

El temblor del 85 dejó una huella. Los que lo vivieron se quedaron con el miedo que poco a poco se fue esfumando; con la angustia de qué pasaría si viniera otro, cosa que cada vez se dudaba más, pero todos se prepararon, para que cuando volviera a haber un temblor, no los cachara desprevenidos y todos supieran qué hacer; para que no hayan tantos dañados cuando volviera. Y volvió. Pero no nos cachó desprevenidos.





Es el 7 de septiembre, cerca de las doce de la noche. Estoy en mi cama leyendo un cómic del fin del mundo (Marvel House of M), sin saber que, para varios, ésto se aproxima con sigilosa velocidad. De pronto, me doy cuenta que lleva sonando una alarma ya por bastante tiempo al mismo tiempo que siento que mi cama se mueve de un lado al otro. Los ganchos se balancean emitiendo un chirrido, el techo truena emitiendo un crujido. Se siente muy fuerte. Bajo el cómic. Empiezo a rezar. En cuanto el temblor acaba, la alarma sigue su ejemplo y yo salgo de mi cuarto para ver que todos estén bien. Mi mamá y mi hermana están en la sala y parece ser que no sucedió nada grave. Me sorprende porque las noticias lo llaman el temblor más fuerte en cien años en México pero luego me explican que fue oscilatorio y el epicentro fue en el mar, alejado de la civilización. Me enteré que hubo 96 muertos en total, pero considerando que fue más fuerte que el del ‘85 y llegó hasta Guatemala, esta cifra, aunque lamentable, pudo ser mucho peor y no hubo daños alarmantes. Al día siguiente estoy desayunando cuando mi hermano entra a la cocina y me dice que cancelaron clases por el temblor para reparar daños de infraestructura. Yo me imagino que se cayeron algunos cables por aquí y por allá y no le doy mucha importancia.






El 18 de septiembre, Ale “mate”, mi maestra de matemáticas nos advierte en su clase que al día siguiente habrá un simulacro por el aniversario conmemorativo del temblor del 1985, en el cual miles de personas perdieron la vida porque había estructuras mal construidas y la gente no supo qué hacer ya que no había medidas de prevención. Miles de luces se esfumaron. Miles de sueños, miedos, esperanzas, miles de hijos, papás, hermanos, tíos, abuelos, primos, amigos, esposos, novios, amantes y queridos se fueron. Miles de personas que jamás volvieron a ver la luz del día porque su vida fue interrumpida abruptamente por la combinación de fuerzas de la naturaleza, la falta de calidad en las estructuras y la falta de medidas de prevención. “Ellos pudieron haber sido ustedes o sus seres queridos. Ellos podrían ser ustedes mañana.” Nos aconsejó que nos lo tomáramos en serio.
El 19 de septiembre, 2017, el aniversario del famoso temblor del 85 que mató a miles de personas y que permaneció en la mente de todos los que lo sobrevivieron, estoy comiendo mi lunch con Asdrúbal y Pancho como siempre. Suena la ya esperada alarma sísmica a nivel nacional a las 11:00am. Algunos se lo toman como una broma pero en general, el simulacro funciona sin ningún problema...

2-El Temblor



Era última hora. Estábamos en clase de arte (yo estaba coloreando) y tres cosas pasaron por mi mente mientras todos levantamos la mirada para a ver a Laura antes de que dijera lo que todos habíamos deducido: “Mis plumones se están moviendo”, “Está sonando la alarma sísmica” y lo que todos nos temíamos y Laura confirmó, “Está temblando”

A algunos los agarró el pánico o la angustia y corrieron hacia la cancha. Asdrubal afirma que fue el primero en salir del salón y casi cae por las escaleras al baño de los profesores por la suma de su velocidad, el movimiento del suelo y su torpeza. Sus palabras, no las mías.

Hubo otros que mantuvieron la calma y se levantaron tranquilamente para dirigirse tranquilamente hacia la cancha, repitiendo la rutina de hace unas horas. Personalmente, no me asusté. Me tardo mucho en hacerme la idea de que algo está sucediendo así que no fue hasta que estábamos todos reunidos en la cancha que me entró a la cabeza que tal vez sería prudente preocuparme por el bienestar de mis seres queridos. Fueron minutos antes de ir por mis cosas que dejé en mi salón que le pedí a Pau que me compartiera internet para contactar a mi madre. Para bien o para mal, los temblores no me asustan, no me preocupan. Para bien y para mal, nunca pongo en duda que todo estará bien. Un día estaré equivocado y el corazón me pesará como nunca antes, pero por fortuna, parecía ser que esa vez no sería el caso. Mi mamá estaba en casa de mi abuela y me reportó que ella y todos mis familiares excepto mi papá (a él no lo había podido contactar) estaban bien. No me preocupé: mi papá estaría bien.

Mis amigos me hablaban. Me preguntaban si había visto cómo se movía la iglesia, cómo se movía la cancha; si me daba cuenta que justo había temblado en el aniversario del 85, qué loco. “Mi familia está bien”, “Mi familia no me contesta”, “Vivo en un edificio”, “El epicentro fue en Guerrero”, “No, en Puebla”, “¿Está bien tu tía?” Me sorprendió la preocupación de los demás y se me contagió un poco. Me dirigí a Alan y le pregunté si sabía algo sobre los daños del sismo.

“Javi, yo sé lo mismo que tú” Gracias Alan, qué útil eres.

Chucha puso el orden (como siempre) y organizó las rutas. Gritaba constantemente que un grande acompañara a un pequeño y las bocinas amplificaban la voz que por sí sola era bastante fuerte. Aunque reconocía el valor del apoyo moral para los pequeños, no pude evitar pensar que si los llevamos de la mano hay mayor probabilidad de que nos cayéramos en la escalera. Aún con los gritos de Chucha, hubo un poco de confusión. Cuando oí el habitual grito de “¡28!”, Chucha invocando mi ruta, pesqué de la mano a un pequeño muchacho que estaba llorando y lo acompañé. No sabiendo qué más hacer, le di unas palmaditas en la espalda.

“¿Estás bien?” le pregunté.

“Eh-e-e-es-es-toy pre-preocupado p-p-por mis, papás”.

Guau. Eso me pesó. No sabía qué hacer, qué decirle. ¿“Todo va a estar bien”? No me iba a creer, no sería suficiente y no se lo podía prometer porque yo no estaba seguro de que todo lo estuviera. Opté por no decir nada y sólo caminar junto a él. En el camino, vimos a sus maestras que se agacharon y le dijeron cosas. Espero que se haya sentido mejor. Soy terrible con los pequeños. Después pensé que si su familia estaba bien, sería una muy linda sorpresa y un gran alivio para él.

Llegué a mi casa. Me recibió mi perro Jambo con la alegría del inocente e ingenuo. Todos estaban viendo las noticias que ya reportaban cerca de 40 muertes, número que a mí me pareció demasiado alto. “Y los que faltan” pensé. Lo peor es que había gente aprovechando la confusión y la vulnerabilidad para asaltar gente que llevaba donativos o romper puertas de tiendas y robar todos sus productos. Qué poca vergüenza. Las tragedias como esta, sacan lo mejor de algunos y lo peor de otros, pero era increíble como todos los esfuerzos de varios podían ser desmoronados por la avaricia de unos pocos.

Mi abuela Chana iba a comer con nosotros. Gisela mi hermana venía de camino desde la universidad.

“Seguro va a tardar horas, pobrecita” dice mi mamá “vamos sentándonos”.

En la comida, platicamos solamente del temblor y sus consecuencias. A las cuatro, me levanté porque había quedado con Ro y con Jacobo en hacer un trabajo de inglés por internet. Nos conectamos por Skype y empezamos el trabajo pero al cuarto para las cinco, les dije que me tenía que ir a mi clase de pádel. Ro me hizo entrar en razón con una simple oración: “Javi neta vas a ir a tus actividades?” ¿De verdad voy a seguir con mi vida en medio de esta situación tan delicada y trágica? ¡Por supuesto que no! ¿En qué estaba pensando? ¡Qué poco sensible! Las calles debían estar despejadas, no iba a haber clases, la gente estaba ayudando o viendo si su familia estaba bien.

Mientras hacíamos el trabajo, oí al hermanito de Ro que preguntaba por qué la gente estaba asaltando. Ahí fue cuando me pregunté si tal vez había alguien que lo hacía por necesidad: el temblor ocupaba toda nuestra atención y nos habíamos olvidado por completo de los demás problemas de México, pero principalmente la pobreza. En el momento en que todos se pusieron a recoger piedras, a levantar el puño para pedir silencio, a guardarlo (lo que es un gran logro para los mexicanos), a dar todo lo que podían dar, en ese momento, el miserable fue un héroe y se olvidó que cada uno es cada cual. Seguía habiendo gente que necesitaba comer mañana y probablemente no iba a poder trabajar porque su empleo cerraba. Sin comida, sin dinero para conseguirla, sin trabajo para ganarla y con una familia que alimentar. Me imaginé a un pobre diablo a quien las circunstancias y el sistema fallido, lo había obligado a entrar al crimen para poder sobrevivir. La gente tenía miedo- miedo a no tener suficiente- y pensaban que podían hacer lo que quisieran. La vida se había detenido para muchos y otros se aprovecharon. Me enchilé. Me indignó muchísimo que hubiera gente que se aprovechara de la caótica situación para satisfacer sus necesidades.




3-La ayuda



Terminamos el trabajo. Me di cuenta que mi familia (Gisela ya había llegado y Chana se había ido) se estaba moviendo.

“Javier levántate, vamos a hacer sandwiches para los voluntarios que están ayudando”.

En la cocina, reinaba el caos. Nadie se ponía de acuerdo sobre cómo hacer los sandwiches.

“Es demasiada mayonesa”

“A la gente le gusta”

“Es muy poco jamón”

“Es lo que tenemos y los superes están cerrados”

Como si importara demasiado el sabor: cuando llevas todo el día trabajando sin comer nada, cualquier cosa relativamente comestible te parece un manjar de dioses.




Fuimos al centro de acopio de Bosque de Avellanos con los sandwiches pero nos dijeron que ya estaban diciendo que había demasiados, se iban a echar a perder. Rayos. Igual que siempre, en este país jodido, gente se moría de hambre mientras que la comida sobraba: en México tenemos recursos de sobra, pero están terriblemente mal distribuidos.

En el centro de acopio nos enteramos que Fresko estaba abierto y decidimos ir a comprar lo que nos habían dicho que hacía falta pero al llegar a Pabellón Bosques nos encontramos con un estacionamiento saturado en el que la poca gente que salía, llevaba tres carritos bien copeteados de cosas para ayudar.

Era hermoso ver cómo todos ayudaban de la manera que podían: el rico donaba, el fuerte cargaba, el listo organizaba (ver cuarto seguimiento de noticias), el perro y el topo rescataban. Todos ayudaban a completos desconocidos porque sabían que lo necesitaban. Me parece trágico que haya requerido una tragedia de esta magnitud para unirnos, para olvidar y poner a un lado todas las diferencias que nos dividen como sociedad y trabajar unidos para cumplir un objetivo de interés común. Qué lástima que sea necesario que haya vidas en riesgo para que nos juntemos y no sea suficiente que haya almas en riesgo. Qué lástima que sólo nos unamos para rescatar a alguien de los escombros de un edificio derrumbado pero no para rescatar a alguien de los escombros de la depresión, de la soledad, de la pobreza, de la injusticia. Qué lástima que recojamos los escombros de un edificio pero no los del gobierno corrupto, ni los del ambiente contaminado.

Los mexicanos somos reactivos. Necesitamos que algo suceda para reaccionar, perder algunas vidas para salvar otras. Nos esperamos a que la situación llegue a un punto irreparable para pensar en una solución para el problema que nosotros mismos causamos al hacer mal nuestro trabajo y promover la violencia. Pero eso sí, cuando nos unimos, somos los más unidos, nuestra unidad no se puede romper ni con mil espadas. Olvidamos cualquier dificultad y logramos lo imposible y completos desconocidos se vuelven nuestros hermanos. Cuando es necesario, hasta los perros se vuelven héroes. Incluso hicieron un billete de $500 con la foto de los perros de rescate que salvaron varias vidas de los edificios derrumbados. “Somos el pueblo sin piernas pero que camina” (-Calle 13)




En fin, regresamos a la casa, no hicimos nada más ese día. Yo le mandé mensajes privados (para no saturar las pantallas de inicio de todos aquellos que buscaran o publicaran cómo ayudar) por Facebook a todos mis amigos para asegurarme de que estuvieran bien. Todos lo estaban. Me sentí como el personaje principal de la película: nada le pasaba. Resultó que era el cumpleaños de una amiga que me cae muy bien pero con todo el rollo, no la felicité hasta mucho más tarde.








Al día siguiente cancelaron clases, de hecho, las cancelaron hasta el siguiente jueves, pero no nos enteramos inmediatamente. Mi papá nos comentó que quería donar un poco de dinero, que eso iba a ayudar más porque las fundaciones que estaban ayudando a la gente sabían mejor qué se necesitaba y lo podían conseguir a un precio más barato más rápido. Dijo que quería donar a Los Topos y a Carlos Slim. Los primeros porque eran grupo de rescatistas que estaban salvando muchísimas vidas en todo el mundo y que habían empezado en el temblor del 85. El segundo porque, Slim había prometido que por cada peso que alguien donara a su fundación, él donaría cinco. Posteriormente vi un meme que decía “El tamalero no dijo que por cada tamal que le compraran, él donaría dos. Olvidó todo y donó toda la olla.” Aunque fuera cierto, me parecía que Slim estaba ayudando bastante al quintuplicar la generosidad de aquellos que confiaran en él.

En mi escuela, el Tomás Moro Lomas, había un centro de acopio. Fuimos ahí a ayudar. Ví a muchas caras conocidas (dentro de las cuales destacó la del poli, Toño, recordé que él había ido al funeral de nuestra directora y estaba en la escuela desde que tengo memoria. Siempre ha estado ahí para la comunidad) pero por primera vez en mi memoria, no bromeaban, no se paraban a saludar en medio del paso, estorbando, no platicaban, no sonreían. Había un ambiente serio pero se respiraba unidad y solidaridad. Todos teníamos un objetivo e íbamos a rompernos la espalda hasta conseguirlo. Estábamos en el mismo barco y el barco se estaba hundiendo pero nosotros no lo íbamos a permitir. Para lograr nuestro objetivo, no nos podíamos distraer, teníamos que concentrarnos.

Así fue al principio, pero la mayoría de la gente eran adolescentes mexicanos. No tardaron en empezar a dispersarse y olvidar qué habían venido a hacer. No los culpo. Lo que sí me molestó mucho fue cuando empezaron a sacar los celulares para sacar las selfies. La gente que de verdad estaba ayudando, no lo hacía para obtener reconocimiento y mientras unos se esforzaban, otros ponían el #temblor en su perfil para aparentar que estaban ayudando y que qué buenos muchachos eran, ahí ayudando a la sociedad, cuando lo que estaban haciendo era estorbar. Los buenos actos, sólo son buenos si se mantienen en silencio. De otra manera, son para mejorar tu imagen.

Fue la primera vez que vi bolsas de agua y conocí mejor a Gabriel Aranaz, el papá de una amiga que junto con Chucha, organizaba todo. En la escuela me enteré que la bella Jojutla había sufrido daños graves e inmediatamente me preocupé porque conozco gente de Jojutla que quiero mucho y varios de mis amigos y yo, tenemos casa en Tequesquitengo (cerca de Jojutla). Pancho me contó que su casa estaba completamente destrozada (la de Teques). Lo bueno era que la casa no era suya, sino que la rentaban. Por un momento sentí alivio por las víctimas: mucha de la gente que había perdido su casa en el temblor, no era dueño de dicha casa sino que la rentaba. Eso significaba que conseguir una nueva casa no les saldría tan caro. Pero toda la gente que sí era dueña de esas casas y que la renta representaba su mayor fuente de ingresos, lo cual se traduce en el dinero que usa para cubrir sus necesidades básicas, toda esa gente acababa de perder la mayoría de sus ingresos: estaban en problemas graves y lo peor es que aunque el gobierno debería de reponer y reparar los daños causados por el sismo, o aunque sea ayudar a hacerlo, nuestro gobierno nos había abandonado completamente. En todo este asunto, me di cuenta que la sociedad mexicana, la sociedad civil es la que se mantiene a sí misma, no el gobierno. El gobierno sólo está ahí para aprovechar de su poder cuando puede, para robar el dinero, el tiempo y el esfuerzo de los que trabajan duro para mantener a sus familias. Jeh, mi mamá me enseñó un meme que me encantó porque hablaba del gobierno sinvergüenzas que tenemos. Decía así: “El sismo dejó 628 desaparecidos, desde ayer no se les ha vuelto a ver. Son los 500 diputados y 128 senadores. Si alguien los localiza, recuérdenles que ¡LA PATRIA ES PRIMERO!” De verdad me impresionaba que el gobierno no sólo no ayudara sino que ellos mismos y sus instituciones se estuvieran robando los víveres que mandábamos a los damnificados. Esa tarde fuimos a comprar más cosas para donar y ahí quedó. Me llamó la atención que estaban en oferta todas las cosas que había empacado en el centro de acopio (las cobijas, la ropa, la marca de atún enlatado, etc.).




Al día siguiente, en el centro de acopio de la escuela hubo menos cosas que hacer pero ví a las hermanas Merino (mis maestras de geografía, historia de México y tecnología) y me dijeron que en parque México necesitaban ayuda en las noches, que ahí habían estado ayer. Comí una torta de la tiendita de enfrente (la última que quedaba) y luego fui a mi casa. Mis hermanos me ofrecieron ir a recoger escombros pero yo preferí quedarme en casa por las historias que había oído de gente que había ido a los escombros y se había traumado por ver cadáveres y gente que lo había perdido todo, incluso la esperanza. Es una realidad muy triste que hay que enfrentar, y es esa gente la que más necesita ayuda, pero de nada iba a servir yo ahí parado si me quedaba atónito por la imagen y no quería quedar traumado por ayudar. También ayuda el que no estorba.

Cuando mis hermanos se fueron, se fueron con prisa para poder llegar a tiempo. Normalmente, yo considero que es mejor vivir tranquilo sin prisas pero en esta ocasión, el tiempo era esencial. Los atrapados no iban a esperar vivos hasta mañana. Lamentablemente, por la prisa, mi hermana se llevó el celular de mi mamá y mi papá no estaba en la casa así que quedamos sin la mayor forma de comunicación por la cual mi mamá se enteraba de dónde podíamos ayudar: whatsapp. Por primera vez en mi vida deseé tener un smartphone. Me sentí como un completo inútil, ahí sentado en la comodidad de mi casa mientras otros se rompían la espalda ayudando y yo no podía salir porque si no iba a un lugar en específico, sólo iba a estorbar. Mandé mails, pregunté por Facebook, tanto en publicación como en mensajes personales. Las únicas personas que me contestaron fueron Alan (que me dijo que se encontraba igual que yo, gracias Alan, qué útil eres) y Pau Muñoz que me dijo que en Loma Linda había un centro de acopio que cerraba hasta las doce. Buenísimo. Le dije a mi mamá y salimos justo cuando mis hermanos llegaban, anunciando su fracaso. No habían podido ayudar en absoluto. “Qué bien que no fui” pensé, pero yo no tuve suerte tampoco: en Loma Linda, aceptaban donativos pero no manos. Le dije a mi mamá que fuéramos a Parque México pero las calles estaban cerradas y no pudimos llegar lejos. De cualquier manera, preguntamos desde lejos si podíamos ayudar pero nos dijeron que tendríamos que hacer cola. No necesitaban nuestra ayuda. Había suficiente gente.




Al día siguiente, mis hermanos fueron tempranito a Cuajimalpa a recoger escombros. Yo no pude ir, tenías que ser mayor de edad, pero en el Tomás, recibimos un camión de La Costeña que venía cargado de comida. La Costeña le pertenece a una familia de la comunidad. Me pareció padrísimo que todos dieran cuanto podían. La cervecería Modelo aportó 400 camiones con choferes y tripulación para que ayudaran. El problema es que seguían deteniendo los camiones, gente del gobierno que se robaba los recurso que otros necesitaban desesperadamente. Estuvimos horas ahí, cargando, clasificando, cargando, moviendo, cargando, armando despensas, acomodando y cargando comida. Nunca había cargado tantos frijoles pero al final del día sentí la mayor satisfacción que había sentido en mucho tiempo, me sentí útil y vi amigos que no había visto en mucho tiempo. Cuando llenamos el camión, Gabriel se aseguró de que de ninguna manera se pudiera saber qué llevaba. Increíble que no se pudieran transportar donativos seguramente.

No ayudé más ese día: estaba demasiado cansado. En la noche me enteré de unas noticias deprimentes: los topos publicaron un video en el que afirmaban que cualquier asociación que pidiera dinero en su nombre, no eran los topos verdaderos sino gente robando dinero. Los topos jamás pedían dinero. Y mi papá ya había donado una suma significante. Lástima. Ya no podemos confiar en nadie. En la cultura mexicana, las mentiras y los engaños están muy presentes.




Al día siguiente fui a Fundación Origen a ayudar. Armé despensas y torres de cajas llenas de papel de baño. Mis amigos también estaban ahí porque ya se había cerrado el centro de acopio del Tomás. Fran y yo fuimos a comer a casa de mi abuela pero después regresamos. Había una mujer muy necia que afirmaba ser la encargada e insistía en armar las despensas de una manera que objetivamente hablando, era mucho menos eficiente y cómoda. Nadie estuvo de acuerdo con ella, nadie la apoyó pero se entercó en que lo hiciéramos a su manera. Se notaba que estaba cansada de tanto ayudar. Es importante saber cuando ya estás cansado y haces más daño que bien al tratar de ayudar. Me fui de mal humor, pero esa noche empezó para mí, el fin de la atmósfera de ayuda que reinaba en México: esa noche fui a una boda. La vida seguía adelante y todas las despensas que entre todos habíamos donado, por más grandes que fueran, se iban a acabar pronto y la gente que donara iba a convertirse en una centésima parte de los que había ahora: la gente iba a dejar de ayudar, se les iba a olvidar que todavía se iba a necesitar ayuda porque iba a pasar de moda. Iba a haber una nueva película mexicana llamada Los Olvidados. En las redes sociales ya se estaba comentando. No podíamos olvidarnos de aquellos que habían perdido sus casas, su trabajo, su familia. No podíamos, dejar de ayudar y no podíamos abandonar esta actitud solidaria y desinteresada. Había un meme que decía: “¿Y si después del sismo, recogemos los escombros del gobierno?” Nunca en mi vida había visto semejante fenómeno. Millones de personas unidas ayudando a salvar vidas. Me llenó con esperanza para el futuro que a veces parece tan sombrío. En las redes sociales también veía que las demás naciones nos apoyaban. Los colores mexicanos decoraban la Torre Eiffel. El verde blanco y rojo coloreaban el Big Ben.

Durante todo ésto, hubo una historia de una niña llamada Frida Sofía que estaba atrapada en los escombros pero resultó ser mentira y muchísima gente se indignó por ello. Yo pienso que fue bueno tener esperanza y que Frida Sofía nos la dio. Pienso que es indignante que la gente se aproveche de estas situaciones y pienso que las noticias nunca deberían mentir pero si han de hacerlo, que no sea a costo de nadie, como creo que fue el caso en esta ocasión. Pero por último, creo que se le dio demasiada importancia a esta niña imaginaria; que la gente debía de estar enfocada en cómo ayudar y no en lo que decía la televisión.









4-El comienzo del final






El domingo tuve una comida y el temblor pasó a ser tema secundario. Peña Nieto hizo otra estupidez y la sociedad mexicana, que siempre necesita algo de qué reírse y burlarse, explotó con memes de “1, no menos, como 5”. El lunes volví a Fundación Origen y se notaba que la gente no le echaba tantas ganas. Ese día deshice las torres de cajas que había hecho el sábado. No sabía cuándo regresaríamos a clases así que hice todos los trabajos que supuestamente ya se habían entregando, dándole prioridad a mis estudios. El temblor iba desapareciendo de nuestras mentes. El martes fuimos a ayudar a Reforma pero la poca gente que había, no estaba ocupada; no hacía falta más ayuda. En una librería estaban regalando los libros en vez de tirarlos pero estaba demasiado llena como para ir. La gente empezaba a tomar en cuenta sus intereses personales. La vida seguía adelante. No volví a ver a los amigos que hice en los centros de acopio. El miércoles fuimos a un centro de acopio en Polanco. Estuvimos tachando códigos de barras de latas de atún (para que no las revendieran, de verdad que la gente puede dar asco) y armando despensas. Ese día fui a mi clase de pádel por primera vez desde el temblor. Nuestras vidas continuaban y aunque mi prima dudaba que fuera a regresar a clases porque su escuela se había derrumbado, yo reanudaba las mías al día siguiente. La vida seguía adelante. Los mexicanos seguían adelante a pesar de los hoyos que quedaron en nuestros corazones y en nuestras vidas. En España sucedió otra tragedia (de naturaleza humana, más indignante) y México dejó de ser el punto de enfoque de las noticias y del mundo.






En la escuela nos adelantaron todas las entregas y cambiaron todos los proyectos. Los ingenieros empezaron a pensar en cómo salvar vidas en el próximo temblor. La gente que buscaba casas empezó a preocuparse por su estructura. Todos nos hicimos más fuertes, más sabios, ganamos experiencia y experimentamos emociones fuertes como el dolor y la empatía. Aprendimos a apreciar lo que tenemos y podemos perder. Aprendimos a saborear la vida, cada momento como si fuera el último… y después todo desapareció. Sucedió lo que muchos nos temíamos que iba a suceder: olvidamos la tragedia, la solidaridad, la unidad; recordamos las diferencias que nos dividían. Los nacos volvieron a ser nacos, los fresas volvieron a ser fresas, los hipsters volvieron a ser hipsters. Los ricos volvieron a ser ricos y los pobres, pobres. Las tiendas abrieron (las que seguían en pie). El trágico evento y el fenómeno que provocó en la sociedad, pasaron a nuestra memoria de largo plazo.





Y con la resaca a cuestas


vuelve el pobre a su pobreza,


vuelve el rico a su riqueza


y el señor cura a sus misas.





Se despertó el bien y el mal


la pobre vuelve al portal,


la rica vuelve al rosal,


y el avaro a las divisas.





Se acabó,


el sol nos dice que llegó el final,


por una noche se olvidó


que cada uno es cada cual.


-Joan Manuel Serrat











5-¿Y ahora qué?






Pero no, no podemos dejar que en eso acabe. No podemos perder la inercia que nos empujó como sociedad y que nos llevó a donde nunca habíamos llegado. No podemos dejar de ser solidarios. No podemos dejar de indignarnos por las idioteces del gobierno. No podemos dejar de hacer nuestro mayor esfuerzo por ayudar al prójimo aunque exista la posibilidad de que nuestro esfuerzo sea inútil o no sirva para nada o para muy poco. No podemos dejar que nuestra religión, nuestra raza, nuestra nacionalidad o nuestra preferencia nos separen porque son ilusiones creadas por la sociedad, todos somos humanos; que nuestras ideas, nuestros pensamientos o nuestras opiniones nos dividan porque éstas nos enriquecen. Es nuestra responsabilidad, seguir adelante. Es nuestro deber seguir así hasta llegar a la utopía en la que los derechos de todos sean respetados.






La comida no será una mercancía, ni la comunicación un negocio, porque la comida y la comunicación son derechos humanos;


Nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión;


Los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no habrá niños de la calle;


Los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no habrá niños ricos;


La educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla y la policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla;


La justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda;


(...)


Los desesperados serán esperados y los perdidos serán encontrados porque ellos se desesperaron de tanto esperar y ellos se perdieron por tanto buscar;


Seremos compatriotas y contemporáneos de todos los que tengan voluntad de belleza y voluntad de justicia, hayan nacido donde hayan nacido y hayan vivido cuando hayan vivido, sin que importen ni un poquito las fronteras del mapa o del tiempo;


Seremos imperfectos porque la perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses; pero en este mundo, en este mundo chambón y jodido, seremos capaces de vivir cada como si fuera el primero y, cada noche como si fuera la última.


-Eduardo Galeano
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