La salsa del taquero

Ahí les dejo otro cuento de la escuela para que me opinen.

Él estaba en la calle, de camino a casa, o al trabajo, o a quién sabe dónde. Eso no me importa. La noche es fría. Si no lo fuera, no habría salido. Tampoco habría salido si la noche no fuera oscura. O si no estuviera lloviendo. Él no sospecha nada. Va distraído, mojándose a pesar de su impermeable. Lo espero. En cuanto está lo suficientemente cerca, le meto el pie. Él tropieza. Me levanto. Se voltea. Me ve. No tardo. Levanto mi bat de beisbol y lo llevo hacia abajo con todas mis fuerzas. Se cae. Trata de gritar pero ya lo volví a golpear. Cada golpe, vuelve a caer y queda un poco más inerte. Sus huesos crujen bajo mis brazos y siento una inmensa satisfacción mientras la vida abandona su cuerpo. Cuando ya no emite ningún ruido, cuando ya no se mueve, cuando ya no respira, lo sigo golpeando hasta que su cara queda completamente irreconocible. La lluvia cae a chorros y se lleva su sangre, que también cae a chorros, por las coladeras, mezclandola con el resto de los líquidos corporales de los caños. Mi respiración es pesada. Uso su ropa para limpiar mi bat. Envuelvo el cuerpo en papel y lo echo en la cajuela. Me subo al coche. Manejo hasta mi almacén. Bajo el cuerpo y lo desenvuelvo en la mesa. El papel, lo uso para alimentar al fuego que calienta el agua. Saco mi cuchillo. Empiezo a trabajar en el cuerpo. Disfruto cada trozo. La sangre sigue caliente. No dejo nada fuera de la olla, no desperdicio nada. Lo dejo a hervir. Corto chiles, jitomates, cebolla, cilantro y ajo y lo echo a hervir. Saco mi licuadora, mi preciosa licuadora que huele a detergente de trastes y limón artificial. Agarro un cucharón de la olla y lo echo a la licuadora. No importan los huesos, mi licuadora puede con todo. El ruido de mi licuadora es el mismo que al que haría él si siguiera con vida. Saco la salsa. La guardo en un tupper de crema. Repito el proceso hasta llenar el refrigerador. Ahora toca lavar todo. Cuando acabo con el coche, no queda ningún rastro de que un ser humano haya estado en su interior. Cuando se trata de no dejar rastros incriminantes, soy un artista y me enorgullezco de mi trabajo. Paso al almacén. Ese es más fácil. Acabo rápido. Suena la puerta, es el repartidor. Me da las carnitas. Preparo el pastor, el bistec, el suadero. Empiezan a llegar los demás. Ponen las mesas, calientan los comales, traen las tortillas. Abren las puertas. Empiezan a llegar los comensales. Piden tacos. Cada uno, lo preparo con precisión y minuciosidad para entregar la mayor calidad del taco posible. No tardan en pedir salsa. Les digo que hay en el refrigerador. La calientan y la sirven. Nadie quiere admitir que está demasiado picosa como para darse cuenta de que es la mejor salsa que han probado. Los pocos que sí aguantan chile, se dan cuenta. Claro que se dan cuenta. Está buenísima. Es mi salsa. Preparada con ingredientes frescos por alguien que ama su trabajo y le dedica todo su esfuerzo a cada etapa. Al final del día, se acaba casi toda la salsa. Tendré que hacer más…




Comentarios

Entradas populares