El castillo de los bastardos

El rey Guillermo nunca fue muy tranquilo. Desconfiaba de su sombra, hacía que probaran cada platillo dos veces antes de poder comérselo, estaba rodeado de guardias en todo momento al igual que toda su familia y tenía al herrero trabajando permanentemente en armas para que no faltaran en caso de un ataque. Sin embargo, sus preocupaciones no tenían mayor fundamento. Su reino prosperaba, tenía tres hijos varones saludables y dos hijas hermosas, potenciales herederos y alianzas con otros reinos y su esposa todavía podía darle más hijos; era una época de paz y las cosechas eran generosas. 

Pero el monarca permanecía preocupado. Se preocupaba por su reino y por su poder y por su familia; le preocupaba la paz y el orden y sobre todo, le preocupaba no tener nietos. Desde la muerte de su padre que fue inmediatamente seguida por su coronación, Guillermo estaba inquieto por este tema. Pero no podía hacer mucho al respecto. Ni siquiera si se casara ese mismo día su hijo primogénito, Diego, podría darle nietos pues sólo tenía ocho años de edad. No obstante, Diego ya tenía un matrimonio arreglado que se llevaría a cabo en cuanto cumpliera los dieciocho años.

El rey Guillermo no podía esperar tanto. Además, no podía confiar en que su futura nuera, esta princesa, la dichosa María II, fuera capaz de traerle nietos al mundo. ¿Qué tal que resultase estéril? ¿o que sus hijos fueran todos asesinados? el trono iría directamente al hermano de Guillermo, Carlos, y eso sí sería una atrocidad. La historia estaba repleta de pleitos reales por la corona que siempre acababan en al menos tres regicidas, el fin de una dinastía completa y un reino más dañado y perjudicado del que había antes y la falta de herederos siempre había sido una de las principales causas. Necesitaba garantías.

Cada día, el rey Guillermo se inquietaba más y más hasta que tuvo que tomar medidas. En cuanto Diego cumplió trece años, su padre lo mandó a un castillo aislado en una parte y apartada del reino cuya ubicación fue siempre un misterio excepto para el conductor del primer carruaje que acompañó al príncipe. Nadie, ni siquiera el mismo rey, podía saber dónde estaba el heredero al trono. El rey ordenó que Diego fuese acompañado de puras mujeres, sus guardias, sus consejeras, sus sirvientas, sus cocineras, eran todas mujeres, de tal manera que si una quedaba embarazada, no cabría la menor duda de quién era el padre. Diego podría tener docenas de bastardos que si fuera necesario, serían sus herederos, en caso de que no alcanzara a tener hijos legítimos. Y ese era justamente el propósito del viaje.

Se habían seleccionado veinte doncellas para que fueran las amantes del príncipe. Eran las jovencitas más hermosas en todo el reino (dentro de los plebeyos, claro) y estaban convencidas de que su destino era ser madre del futuro rey, todas y cada una de ellas. Todas habían sido examinadas por el médico de la familia real para asegurar su virginidad y su fertildad. El rey estaba seguro que pronto, al menos la mitad de ellas estarían esperando.

Antes de partir, el rey tuvo una charla incómodamente específica y descriptiva con su hijo mayor, para asegurarse de que supiera cuál era su deber y cómo llevarlo a cabo. Esas cosas se aprenden tarde o temprano pero el rey tenía que asegurarse. No podía haber fallas en su plan. El rey había pensado en todo. Todo excepto una realidad que se le escapó y que haría que sus planes fueran completamente inútiles: el príncipe Diego era homosexual. Y habiendo sido tratado literalmente como un príncipe durante toda su vida, no planeaba sacrificar sus caprichos carnales con tal de darle gusto a su padre ni a su reino. Como buen príncipe, conseguiría a alguien más que lo hiciera por él. Ya cuando se casara, se podría preocupar por tener hijos legítimos, pero ¿qué importaban los bastardos que jamás llegarían a ver el trono?

No fue difícil disfrazar al verdadero amante del príncipe, José el hijo del herrero y a su hermano, Francisco, el mozo de caballeriza para que ambos lucieran como mujeres. Se infiltraron en la escolta junto con las otras doncellas y una vez con ellas, les dijeron que el mozo de la caballeriza era el príncipe en realidad y que el otro era su ayudante personal. Ellas, siendo plebeyas, nunca habían visto al príncipe en persona, por lo cual creyeron la mentira perfectamente. Francisco tuvo la idea de decirles además, que Diego no era más que un señuelo y que por eso ellos iban disfrazados. Sobraba decir claro, que ellas tenían que actuar como si Diego fuera el verdadero príncipe mientras estuvieran en público, pues mantener el secreto era vital para la seguridad del "verdadero príncipe". Las niñas resultaron encantadas de ser incluidas en esta confidencialidad y se llevaron ese secreto hasta la tumba creyendo siempre que era verdad.

Después de un año, el rey Guillermo quedó complacido de saber que no sólo las veinte doncellas habían dado a luz sino que ya volvían a esperar más bebés, algunas habían traído gemelos al mundo. Poco sabía que esos bebés eran realmente producto de un mozo de caballeriza y que tenían la misma "sangre real" en sus venas que su sabueso de cacería. Después de dos años, el príncipe regresó a la capital con su amante y su doble, pero los "bastardos reales" se quedaron en lo que sería conocido como el castillo de los bastardos para que fueran criados ahí, protegidos de toda perturbación, en caso de que alguno de ellos fuera necesitado para tomar el trono.

Algunos de los bastardos llegaron a sentarse en el trono debido a la epidemia que se llevó a la mayoría de la familia real, pero esa es otra historia y será contada en otro momento.







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