El Usurpador de Golondrinas

Cuenta la leyenda que muy lejos del Castillo de los Bastardos, y mucho antes del tiempo del rey Guillermo, la dinastía Golorinda reinaba en Jonoluca. A diferencia de otros reinos, en Jonoluca, una mujer tenía completo derecho de heredar los títulos y las tierras de sus progenitores, en algunos casos incluso sin importar el orden de nacimiento. Los reyes podían pues, elegir de entre sus hijes, al más apte para heredar la responsabilidad del reino. De esta manera y por esta razón, hubo una larga cadena de reinas de la dinastía Golorinda. Los reyes eligieron siempre a una de sus hijas como sucesora al trono y estas desempeñaban su papel espléndidamente, aún cuando ellas no mantenían ambiciones de reinar (puede que estos casos hayan tenido los mejores resultados incluso). 

Las mujeres de esta familia se ganaron la reputación de ser excelentes soberanas, pues incluso aquellas que no heredaban la Corona se convertían en magníficas duquesas y las tierras que controlaban, florecían como nunca antes. Manipulaban la Corte con tal agilidad que cuando alguien se percataba de que se habían cumplido los intereses de alguna de las Golondrinas (así se les llamaba comunmente a las mujeres de la dinastía Golorinda), lo descartaba como una completa coincidencia.

Cuentan los historiadores, que la legendaria destreza de las Golondrinas llegó a oídos de un dragón grandote. Este dragón grandote era de los últimos que existió, y para ese entonces, incluso él perdía las memorias de los tiempos en los que los dragones abundaban. Ni siquiera se recuerda su nombre. Esta habilidad tan influyente que poseían las Golondrinas le resultaba atractiva a este dragón grandote, pues si lograba controlar la corte, podría fácilmente acabar con la cacería de dragones que tanto había mermado a su especie; podría vivir el resto de sus vidas en los campos en vez de escondido en su cueva.

Y fue así como este dragón grandote decidió secuestrar a la Golondrina más astuta de ese momento, la que todo parecía indicar que sería la próxima reina de Jonoluca: la Golondrina Cuinn. No se sabe cómo lo hizo, pero un día al amanecer, la princesa había desaparecido. Mandaron grupos de rescate a todas las direcciones pero nadie encontró a la adorada Cuinn. Al día siguiente, los guardianes de las torres, avistaron la silueta del dragón grandote, acercándose junto con el amanecer. Sonaron las alarmas pero para cuando salió el grupo de cacería, era claro que no podrían bajar al drgón grandote sin dañar a la Golondrina que llevaba en el lomo.

No se sabe qué sucedió durante su tiempo como rehén, Cuinn incluso negó haber sido capturada contra su voluntad por el dragón grandote. Y nadie se cuestionó cuando un par de semanas después, las cacerías de dragones fueron terminadas por decreto real. Cada año, una Golondrina diferente era capturada y devuelta por el Dragón Grandote, y cada vez, la princesa negaba la culpabilidad del Dragón y semanas después, algún beneficio obtenía el dragón. Algunos historiadores narran que el Dragón llegó a ser dueño de extensas tierras. 

Años más tarde, el rey de Jonoluca, Gerardo, decidió que no toleraría más las intervenciones del Dragón Grandote y optó por quitarle todo el poder que podía tener una mujer en la nobleza. Despojó a las mujeres de su derecho a la herencia y de su posición en la corte, quitándoles así, enormes cantidades de poder e influencia y comenzando una tradición que alcanzaría hasta los reinos más lejanos por muchos siglos porvenir.

La única cosa que las Golondrinas nunca lograron convencer, fue la inocencia del Dragón grandote, que entre cuchicheos y murmullos era llamado el Usurpador de golondrinas, pues nunca se dio que desapareciera algún príncipe sólo para ser devuelto al día siguiente por la majestuosa bestia.



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