Depende

El Kevin no podía dormir. No porque tuviera insomnio ni nada por el estilo, simplemente no podía o mejor dicho, no debía dormir antes de terminar de escribir su tarea autoimpuesta: necesitaba escribir una novela para un concurso de Gandhi. Su novela era de ciencia ficción. Se trataba sobre el científico, Edgar, que construía el Mirage: una máquina que le permitía romper la cuarta pared y acceder de alguna manera el mundo real. Pero el Kevin ya no estaba carburando correctamente. Llevaba un buen rato atorado. Necesitaba algo de comer antes de continuar.

El Kevin bajó a la cocina, sintiéndose como un fraude que jamás lograría escribir nada que valiera la pena leer. Cuando encendió la luz, no pudo contener un grito de una palabra inadecuada para este público, pues ahí en la cocina había una persona. Eso lo sorprendió porque El Kevin vivía solo.

Al ver de quién se trataba y en qué circunstancias se encontraba, El Kevin no supo si estaba menos o más confundido y asustado. Era el abuelo de la calle 11 y en cuanto a sus circunstancias, pues... se encontraba como Dios lo trajo al mundo. Casi. Estaba usando un único calcetín verde con estampado de rayas amarillas en el pie izquierdo. No que eso mejorara la situación.

El abuelo no parecía estar incomodado en lo más mínimo. Simplemente miró a El Kevin como esperando impacientemente el torrente inevitable de preguntas. Pero antes de que El Kevin pudiera empezar, le aventó lo primero que pudo encontrar para que el señor se tapara sus partes privadas: una bolsa de tela. El abuelo de la calle 11 no vaciló y detuvo la bolsa a la altura de su cintura, cubriendo el objeto de incomodidad de El Kevin.

"¿Qué tal señor?"

"Buenas noches joven"

"Buenas noches" respondió El Kevin mecánicamente. Pensó un poco y dijo "Señor, ¿qué hace aquí?"

"¿Quieres decir cómo llegó el abuelo de la calle 11 a estar en tu cocina, sin más que un calcetín verde con estampado de rayas amarillas en el pie izquierdo a las tres de la mañana?"

El Kevin no había querido ser tan directo pero eso era exactamente lo que quería decir.

"Te diré todo. Pero no aquí, ven conmigo"

El Kevin dudó. Sonaba sospechoso.

"Solo vamos al jardín, muchacho, necesito el aire libre, soy un anciano, no puedo hacerte nada"

El Kevin no pudo argumentar y lo siguió al jardín. Se sentaron en el pasto junto al arbusto de plúmbago.

El abuelo de la calle 11 empezó a hablar antes de que El Kevin hiciera una pregunta.

"La historia de cómo llegué aquí es mucho menos extraordinaria de lo que te imaginas. Llevo haciéndolo desde hace años. Tu puerta se abre si la jalas un poco antes de girar la manija. Y seguido me da hambre a media noche cuando estoy dormido. El hambre me despierta cuando todo está cerrado y tú siempre tienes sobras en tu refrigerador"

El Kevin estaba furioso "¿¡Se mete a mi casa a robar comida!?"

El abuelo de la calle 11 simplemente dijo "empecé a hacerlo cuando vi la cantidad de comida que tirabas a la basura. Dime, ¿alguna ve has extrañado esas sobras? Hasta ahorita, nunca te habías dado cuenta que estaban desapareciendo"

El Kevin no pudo argumentar contra eso pero le quedaba una duda "¿y por qué está encuerado, señor?"

Ahora sí el abuelo de la calle 11 quedó atónito "¿me estás diciendo que tú duermes con ropa?"

"Sí duermo con ropa"

"Pues eres raro, nadie debería de hacer eso"

"Bueno, ¿y el calcetín verde con estampado de rayas amarillas?"

"Siempre uso uno de los calcetines que te he robado cuando vengo, a ver si por fin me cachas, a ver si lo reconoces cuando lo veas"

"¡¿También me roba mis calcetines?!"

"A veces. Sólo los izquierdos. Y sólo los que encuentro por ahí, que debo decir, son una cantidad alarmante"

El Kevin empezaba a recordar haber usado ese mismo calcetín verde con estampado de rayas amarillas hace unos años.

"Sigo sin poder creer que no le dé vergüenza o que no sienta culpa por hacer esto"

"Sabes muchacho, si algo he aprendido en mi larga vida, es que nunca hay que hacer nada si nuestra motivación es el miedo, la culpa o la obligación, ni dejar de hacer algo si la única razón para no hacerlo es la flojera, la vergüenza o la ridiculez. Y es más: me deberías de agradecer por hacer esto"

"¿Yo? ¿agradecerle?"

"Gracias a mí sucedió algo interesante en tu vida"

"¿Eso es algo bueno?"

"Depende"

"¿De qué?"

"Depende de si quieres tener historias que contar a tus nietos o no. Depende de si quieres una vida interesante"

Fin

Este viernes, mis estimades lectores, sucedió algo extraño. A las 7:05 de la mañana, mis padres recibieron un mensaje de Whatsapp de mi parte, en un chat en el que sólo estamos nosotros tres. Yo estaba solo en mi casa en ese momento, según yo completamente dormido. No tengo memoria alguna de haber mandado ese mensaje pero la prueba es irrefutable. Realmente, solo me enteré de que lo había mandado cuando mi papá me contestó unos simples "??" a una hora un poco más prudente. Ese mensaje consistía de una sola palabra: "Depende". Antes de que pregunten, no. No sé en qué estaba pensando. No sé de qué se trataba ese mensaje. Lo que sí sé, es que poco después de haberlo mandado, le mandé otro mensaje un poco más elocuente aunque no con mayor sentido ni con mejor ortografía, a Ana. Este mensaje decía: "Tendrías que tener mejores de reusultqdos mejorando lo del Mirage". Cuando Ana, confundida, me pidió que le diera contexto, yo no sólo no se lo pude dar, sino que también estaba buscándolo. Pues bien, yo le echo la culpa a Edgar.



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