En búsqueda del color

No sé cuándo escribí este inicio de cuento, sin trama, sin historia, sólo el planteamiento de un personaje. Pensé que lo podía compartir hoy, ojalá lo disfruten.


Gerardo era un hombre impecable bajo cualquier evaluación. Impecable con sus palabras, con sus actos, con su apariencia, con sus hábitos... No había mejor palabra para describirlo. Impecable. Siempre llegaba a tiempo, nunca levantaba la voz, era a la vez lo más cercano que alguien podría estar a la perfección, a la normalidad y al aburrimiento. Era la persona que siempre te felicitaba en tu cumpleaños, siempre se acordaba y si lo invitabas a festejar, iría y te llevaría un regalo pero su presencia no era realmente memorable. Era completamente mediocre en todo lo que hacía. No malo, no bueno, no se distinguía ni destacaba. Su ropa era lo suficientemente conservadora para no llamar la atención pero sin ser demasiado seria. Sus palabras eran medidas, tampoco bromeaba mucho. Tenía un trabajo aburrido, pagaba su renta y sus impuestos, ahorraba. Comía en casa, sabía cocinar aunque no fuera su pasión y sus platillos no tuvieran ningún sazón que valga la pena mencionar. Gerardo era el resultado de alguien que seguía todas las reglas al pie de la letra, todas las normas, todos los pasos establecidos por la sociedad para guiar la vida de la gente. En la escuela jugó en el recreo y trabajó en clases pero no era ni particularmente bueno en los deportes ni destacaba en sus estudios. Mantuvo un promedio de 8.5 desde primaria hasta el final de su carrera en administración. Hizo sus amistades, tuvo algunos encuentros románticos incluso y realmente nunca lastimó a nadie. Era la persona más aburrida del mundo. Y Gerardo lo sabía. No le veía diversión a la vida, no le encontraba especial interés a nada. Leía, veía películas, escuchaba música, claro, igual que cualquier otra persona. Hacía ejercicio tres veces por semana, tomaba café en las mañanas. Pero le faltaba algo. Lo sabía aunque realmente no le inquietaba tanto. No era algo que lo estresara. Pero sí lo motivaba a buscarle color a la vida. No me refiero a un sentido metafórico, no estoy hablando de sentimientos ni sensaciones; me refiero literalmente a los colores. Sí. Si hubiera algo que sacara a Gerardo de esta monotonía, algo que lo rescatara de su medianés, sería sin lugar a duda su gusto medido por los colores. No pintaba. Definitivamente no se vestía con colores muy brillantes, pero si uno prestaba especial atención, dábase cuenta de que de vez en cuando, Gerardo tomaba una foto de alguna que otra flor o de algún atardecer, que recortaba alguna revista, que recogía algún papel. Y dentro de su casa que no tenía nada de especial a simple vista, en el armario que se encontraba donde lógicamente se encontraría cualquier armario, tenía una pared llena de colores. Era una pared donde Gerardo pegaba todos sus recortes y todas sus fotos, todos los colores que encontraba por ahí, era su pared de colores, su único hobby 

Comentarios

  1. Tengo la sensación de que cada día me va gustando más y más el hobby de Gerardo, suerte con la semana multicolor muchacho.

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    1. Voy a necesitar esa suerte contigo en la colorida ciudad de Puebla

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  2. Por cierto, siempre es agradable encontrarse con cuentos en este Blog. ¡GRACIAS!

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